Los biocombustibles y los precios agrarios
Del cambio climático al precio de la barra de pan... la economía tiene a veces conexiones extrañas a simple vista. Corren tiempos revueltos en los mercados agrarios por unas subidas de precios desconocidas en los últimos años y en cuya explicación concurren: el calentamiento global (y las formas más eficientes de combatirlo), la dependencia energética, las políticas agrarias y comerciales internacionales, o los problemas del subdesarrollo. Es decir, algunos de los problemas más peliagudos de la economía mundial actual. No es este, por tanto, un tema fácil que pueda zanjarse en unas pocas líneas, pero sí pueden apuntarse algunas claves básicas que ayuden a seguir el debate.
La expansión de los biocombustibles responde, en buena medida, al apoyo de políticas públicas en forma de subvenciones y otras medidas legislativas de las principales potencias económicas, con Europa y EE UU a la cabeza. Las razones que se arguyen para apoyar los biocombustibles son de tres tipos: luchar contra el calentamiento global, aumentar la seguridad energética y mejorar las rentas del sector agrario. Veamos cada una de ellas.
Comenzando por la última de estas razones, es obvio que el impacto sobre el sector agrario está estrechamente vinculado a los precios. Lo que está ocurriendo es que los precios de varios productos alimenticios básicos han aumentado considerablemente desde el comienzo de la década. Especialmente relevante por sus efectos es el aumento del precio internacional de los cereales, que supera el 25 por ciento desde el año 2000. En España, por ejemplo, el precio del trigo blando panificable ha pasado de los 150 euros por tonelada de 2005 al entorno de los 220 actuales. Naturalmente, esto tiene un efecto positivo sobre las rentas de los productores de cereales y otros productos básicos de todo el mundo. Sin embargo, también hay perjudicados. Dado que estos productos son materias primas para la alimentación animal (piensos), se elevan los costes de producción de los ganaderos, por lo que, si éstos no logran trasladar sus mayores costes a los precios finales, pueden ver disminuidas sus rentas. Por otro lado, si los mayores costes se trasladan a los precios, los perjudicados son el conjunto de los consumidores en forma de mayores precios en la cesta de la compra. Esto es especialmente perjudicial para los países más pobres importadores netos de alimentos, que ven así agravada su ya difícil situación.
En cualquier caso, ¿son los biocombustibles los responsables de estos aumentos de precios? Esta es la cuestión que ha generado más polémica, pero lo primero que debe señalarse es que no disponemos todavía de estudios rigurosos sobre el asunto. Con todo, hay dos hipótesis enfrentadas. Por un lado, hay quien arguye que el uso creciente de determinadas producciones agrarias (maíz, trigo, colza, caña de azúcar, oleaginosas, etcétera) para obtener biocombustibles (bioetanol y biodiésel, fundamentalmente) es una de las principales causas de las escaladas de precios, de forma que ya empieza a hablarse de «alimentos versus combustibles». Este es el punto de vista, con algunos matices, de organismos como la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) o la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Por otro lado, en contra de esta hipótesis han aparecido, sobre todo en el ámbito nacional o europeo, opiniones que niegan tal causalidad, argumentando que el porcentaje de la producción española o europea de cereales que se destina a biocombustibles es demasiado reducido como para provocar esos efectos sobre los precios. Este último planteamiento tiene, en mi opinión, un punto débil y otro mucho más sólido.
El punto débil radica en que, probablemente, parte de una visión demasiado local de los mercados; cuando, hoy en día, estas cuestiones se entienden solamente en clave de mercados mundiales. Es decir, si bien es cierto que el porcentaje de trigo destinado a la producción de combustibles en España es muy bajo, no lo es menos que los precios nacionales o europeos del trigo están relacionados con los precios mundiales del trigo y otros cereales (aun teniendo en cuenta la PAC). Por tanto, no debe despreciarse el efecto global del gran aumento del precio mundial del maíz (del 70 por ciento) motivado por un incremento no menos importante de la producción de bioetanol en EE UU, a cuyo fin destinará casi un 30 por ciento de su producción de maíz en el período de 2007-08. Tales aumentos de precios se trasladan a otras producciones agrarias, como la soja o el trigo, pues se trata de productos sustitutivos unos de otros.
El punto más sólido para matizar el efecto de los biocombustibles se encuentra en otras fuerzas de oferta y demanda, probablemente más relevantes, que han terminado por elevar los precios. Por el lado de la oferta, un cierto estancamiento de la producción mundial (sobre todo en términos per cápita). Por el lado de la demanda, un crecimiento sostenido. En ese crecimiento de la demanda juegan un papel fundamental los países emergentes, como China e India. Así, por ejemplo, las importaciones agrarias totales de China se han duplicado en tan sólo tres años (entre 2002 y 2004). Esto es, la incorporación al sistema productivo mundial, a través del comercio, de las dos quintas partes de la población del planeta que representan estos dos países tiene que ver con el asunto que nos ocupa. Esa enorme fuerza de trabajo permite a los países desarrollados acceder a manufacturas baratas, mitigando la inflación, pero también presiona sobre los precios de los productos básicos, cuya producción no es tan flexible como la de las manufacturas. De cualquier modo, lo difícil es pronosticar si estamos ante aumentos coyunturales o estructurales de los precios de los productos básicos, lo que dependerá, por un lado, de la capacidad de respuesta de la oferta a los aumentos de la demanda y, por otro, del comportamiento de la productividad.
La segunda de las razones apuntadas para el apoyo a los biocombustibles, la seguridad energética, es una de las claves de por qué este tema es una de las prioridades políticas del mundo desarrollado. Tanto en el caso de EE UU, cuyo Gobierno se ha planteado la producción de bioetanol como un objetivo estratégico, apoyándolo con fuertes subvenciones; como en el caso de la UE, que ha fijado el objetivo de que el 5,75 por ciento de su consumo energético proceda de biocombustibles en 2010. En definitiva, se trata en ambos casos de reducir la dependencia del petróleo. No obstante, debe tenerse en cuenta que los biocombustibles, en el estado actual de la tecnología, sólo pueden tener un carácter complementario, puesto que el objetivo europeo del 5,75 por ciento exigiría emplear el 15 por ciento de la superficie agraria de la UE. La esperanza en este ámbito estaría en los avances tecnológicos relacionados con los llamados biocombustibles de segunda generación, producidos a partir de biomasa lignocelulósica, como la paja o la leña, y que, por tanto, no entrarían en conflicto con la producción alimentaria. He aquí un posible impulso para la extensa superficie forestal asturiana.
La última de las razones, o la primera, según se mire, es luchar contra el cambio climático. Los biocombustibles, al proceder de materiales vegetales fijadoras de carbono, reducirían las emisiones netas de CO2. Sin embargo, no es ésta una cuestión exenta de polémica, pues hay expertos que señalan la poca o nula eficiencia de los biocombustibles para este fin, dada la energía fósil que se necesita para producirlos. Los avances tecnológicos serán cruciales. Por otro lado, incluso aunque los biocombustibles supusiesen un ahorro notable de emisiones, algunos economistas defienden que las políticas públicas de subvenciones no son las más adecuadas. Proponen, en cambio, otras políticas que penalicen mediante impuestos las emisiones de carbono.
La última de las razones, o la primera, según se mire, es luchar contra el cambio climático. Los biocombustibles, al proceder de materiales vegetales fijadoras de carbono, reducirían las emisiones netas de CO2. Sin embargo, no es ésta una cuestión exenta de polémica, pues hay expertos que señalan la poca o nula eficiencia de los biocombustibles para este fin, dada la energía fósil que se necesita para producirlos. Los avances tecnológicos serán cruciales. Por otro lado, incluso aunque los biocombustibles supusiesen un ahorro notable de emisiones, algunos economistas defienden que las políticas públicas de subvenciones no son las más adecuadas. Proponen, en cambio, otras políticas que penalicen mediante impuestos las emisiones de carbono.
En síntesis, estamos ante un tema relevante y complejo sobre el que todavía desconocemos bastantes cosas. Mientras avanza nuestro conocimiento, no vendrá mal seguir echando un ojo al precio del pan.
Javier Blanco González, profesor del Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Oviedo.